LA ÚLTIMA CAMINATA DE ANTONIO VARGAS

Al finalizar el mes del Inti Raymi, la fiesta del sol, que celebran las comunidades andinas en agradecimiento al sol y la madre tierra, el líder histórico del movimiento indígena, Antonio Vargas Huatatoca, finalizó su ciclo en esta tierra y emprendió la marcha al encuentro con el creador, a quien se había entregado en el ocaso de la existencia.

Me precio de haber sido amigo de Antonio, le conocí cuando era presidente de la OPIP, hace unos 30 años, yo era reportero de Radio Puyo y le entrevistaba con frecuencia. Le acompañamos con otros amigos en el 2004 en una de sus jornada políticas y hace unos meses conversamos brevemente sobre la posibilidad de escribir un libro de su biografía, pero no le vi entusiasta.

Con mucha tristeza recibí la noticia de su muerte, un líder que todavía tenía mucho que dar, especialmente de compartir su sabiduría con las nuevas generaciones, como él mismo decía en una de sus últimas apariciones en medios: “Jóvenes, amen a sus padres, conserven sus costumbres, cuiden la naturaleza, luchen por sus derechos…”

Pero Antonio, en el ocaso de su vida, quizá agobiado por las enfermedades y en la cárcel de Macas, decidió convertirse al cristianismo evangélico. Y convencido de que la fe, la oración y el ayuno le van a curar de todo, dejó de frecuentar a los shamanes y renunció a la medicina occidental, porque “tantos que visitan las casas de salud al final mueren”, decía.

En una entrevista en redes sociales https://www.youtube.com/watch?v=c2tLaDTqucQ Antonio da detalles de su conversión y testimonio, comenta que en los hospitales le habían dicho que no tenía nada, que solo necesitaba descansar y alimentarse bien. Mientras que los shamanes son brujería, cosas del infierno y él había optado por el cielo.

Antonio luce el cabello corto y bien afeitado, está delgado, casi le desconozco. Atrás habían quedado su bigote blanco abultado y su chiva de Alfaro. Dejó hasta la corona de Apu, gran jefe, y se retiró de la vida política y organizativa, porque a raíz de su conversión, veía la fama como vana y pasajera, aunque consciente de lo que había logrado en su larga trayectoria y de los errores que pudo haber cometido.

El tema puede ser controversial, pero no es mi intensión faltarle el respeto a la memoria de Antonio, que tiene todo el crédito que le otorga la historia. Ni de su familia, ni de la dirigencia, ni de las nacionalidades indígenas. Al contrario, valoro en sumo grado la sabiduría y cosmovisión de los pueblos ancestrales, así como la medicina occidental y los progresos de la ciencia.

Tampoco me voy en contra de ninguna confesión religiosa, sólo creo que, si Antonio hubiera buscado el tratamiento a tiempo, todavía hubiera seguido con nosotros. A decir de una de sus hijas, cuando fueron al hospital, la enfermedad había avanzado y ya era tarde para un tratamiento efectivo.

Si bien es cierto que está escrito que “la fe mueve montañas”, no se puede desconocer el aforismo “Cuídate que Yo te cuidaré”. Y aunque somos seres mortales y tenemos que irnos cuando Dios nos llame, que los problemas de la vida cotidiana no nos dejen caer en ningún tipo de fanatismo. Al contrario, luchemos hasta que tengamos un hálito de vida.

Entonces, Antonio sigue dejándonos su legado y enseñanzas aún en esta última caminata, como aquella de que todos necesitamos hacer una pausa en medio del bullicio para recargarnos de energía, buscando la luz perpetua, pero con los pies fijos en la tierra. Y si tuvo errores como todo ser humano, en nada opaca su prestigio, pero que sea una alerta en nuestro caminar.

Hernán Heras Luna

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